miércoles, 27 de marzo de 2013

Dover Castle

 Casi no me puedo creer que haya pasado un mes desde mi llegada, mi tiempo en Londres esta a punto de llegar a su fin, de momento... mi barco zarpa en apenas 30 horas rumbo a puerto franco.

desoués del largo día junto a ya mi amigo Nando llegué al hostel, donde me encontré con Eddie en el Pub, tras un par de pintas, risas y patatillas llega la hora de dormir... -wait! me grita el tabernero cuando me dirijo a la escalera... rsulta que no tengo reserva para esa noche y el hostel está completo, son las 12:00 de la noche, hora de Fulham. Me veo obligado a rehacer mi maleta en tan solo unos minitos y aventurarme a buscar algún sitio donde dormir.
Esta escena me empieza a resultar dolorosamente familiar, cuando la ciudad te muestra la cara amarga de la moneda, cuando cargado con 30 kilos en la espalda tienes que enfrentarte al frío, a la presión, y avanzar...sólo avanzar, maldigo la última pinta, maldigo al tavernero y maldigo el cansancio acumulado, que me hacen andar dando tumbos.

Llego a una pensión, y al intentar pagar me equivoco tres veces de pin, genial, perfecto, por suerte en mi bolsillo tengo lo justo, lo justo, lo justo para pagar la pensión, ni un pound más ni un pound menos.

Mañana lo solucionaré.

Gracias a la proximidad y el calor de la gente de Menorca, el problema se resuelve...


Aún con el estómago vacío, pero con mi dinero de plástico activo otra vez, recojo de nuevo los bártulos en busca de otro sitio, un último puerto donde recalar antes de zarpar, esta vez lo encuentro en Borough, en el Dover Castle, donde conozco a toda una comunidad, una pequeña família lejos de casa, la mayoría de ellos llevan 6 meses afincados en Londres, buscando una oportunidad, huyendo de España y las vacas flacas.

Por la tarde, voy con Stef en busca de un escondido templo Hindú, a las afueras, tenemos referencias de que es un lugar especial, aunque dificil de localizar... en nuestras prospecciones tropezamos con un gigantesco complejo hotelero abandonado, y sólo bajo un módico soborno, Frederic, el custodio, nos permite visitar y fotografiar.

Encontramos el templo y resulta ser un pequeño oasis de paz, de una belleza increíble, no hay un sólo rincón sin trabajar, sin tallar o ornamentar, una pequeña perla brillante en este gris mundo llamado London, otra.  No se nos permite tomar fotos en su interior, tampoco le harían justícia, es un espacio que hay que vivirlo, y a la salida coincidimos, estamos relajados, la salida está mucho más lejos del bullicio de la ciudad que la entrada, y eso que son la misma puerta.

Ya son menos las horas para mi partida, floto en el Thames con las amarras sueltas.