sábado, 22 de diciembre de 2012

Día 41 y 42: un monasterio abandonado y los astilleros de Vigo

Amanece en el norte, aún no he conseguido definir el cuadro que empece ayer, es una obra compleja donde intento ir un pasito más allá. El cielo lluvioso no da tregua, aunque al estar en Galicia, esto le da cierta esencia, casi lo que cabe esperar. Temprano bajamos al pueblo a comprar el pan, tabaco y algunas Estrella Galicia, buenísima cerveza. Es sorprendente como el musgo lo invade absolutamente todo, la piedra gris, los troncos, vallas, todo rematado en suave verde. La característica construcción y el cielo plomizo acaban de configurar la imagen gallega...

Paso el resto del día enfrentado a la obra, con esporádicos espectadores y ayudantes. En los altavoces de mi ordenador suena Chico César, nostalgia del portugués, también Mamadeus y sus canciones de Alfama.

Tras varias horas de pinceles decidimos hacer una pequeña excursión a las pedanías de Monçaõ, a apenas 20 minutos de O Corzón. Allí, en la cima de un monte nos espera un monasterio abandonado.
Tras aparcar el coche enfilamos loma arriba y lo primero que encontramos es un cementerio en desuso, aunque dos ancianas portuguesas están recreando una escena digna de Almodóvar, limpiando las viejas tumbas de los monjes, ataviándolas con frescas flores y recogiendo las hojas que el final del otoño desprende de los árboles. Tras un corto paseo entramos en el recinto del monasterio, prefiero que las imágenes hablen por sí solas, aunque no me hubiera extrañado cruzarme con Gandalf o alguno de sus secuaces. La sensación era la de un lugar espiritual, sumamente tranquilo, donde el tiempo se detuvo hace muchos siglos, un lugar impresionante. Poco a poco va anocheciendo y decidimos acercarnos hasta Monçaõ, a tomar un café portugués... Tengo que desengancharme de este país.

A la vuelta a O Corzón sigo mi diálogo con el cuadro, que, veladura tras veladura, va definiéndose. Dos cervecitas en compañía de mi padre y a la cama.
Buenas noches...y buenos días

Amanece un nuevo día en Porriño, esta vez soleado y lleno de luz, una luz suave, a pesar de ser la mañana tiene cierto tinte a ocaso, aunque extrañamente luminoso, desayuno rápido y me llevo a mis pequeños hermanos a pasear por los alrededores de la casa, nos acompaña Pedro el perro. Paseamos por la Galicia rural, horreos donde se guardaba la comida dibujan el paisaje, prados y viñedos, casas de granito salpican el paisaje. Durante el paseo contamos chistes, me hace gracia que 20 años más tarde, los niños cuentan exactamente los mismos chiste que contábamos nosotros.
De un viejo pazo nos sale al paso una anciana, que aunque no entendiera muy bien lo que decía, se podía percibir que no estaba del todo lúcida, veo que los niños también lo notan , aunque no saben el que, muy amablemente les ofrece unas pequeñas mandarinas que aceptan y disfrutan por el camino. Unos metros más adelante se detiene un coche, y de él se baja un bizarro Santa Claus que quiere fotografiarse con mis hermanos... Que ambiente hay en la aldea gallega. Volvemos a comer, Isabel nos ha preparado una lasaña.

Por la tarde, mi padre me acompaña a Vigo, quiero intentar fotografiar los castigados astilleros, Vulcano, Hermanos J. Barrera,... Luchadores de sus trabajos, gente humilde y ruda, con un trabajo ligado a la mar, aunque siempre desde tierra, hierro y fuego.
El panorama es desolador, en las gradas no hay un solo barco a medio hacer, las grúas están inmóviles y sólo las pintadas reivindicativas atestiguan el paso de la castigada clase obrera. Terminamos la jornada con un paseo por el casco viejo de Vigo, entrañable y decadente.
De vuelta a casa, sigue mi diálogo con el cuadro.

viernes, 21 de diciembre de 2012

Día 40: pinzeles y el apocalipsis no consumado

Hoy es día de reclusión pictórica, improviso un pequeño atelier, ansiado y deseado en las calles lisboetas, ahora, con toda la comodidad de una casa me dispongo a manchar un lienzo hasta conseguir algo a la altura de las circunstancias, esencia lusa tiene que fluir desde mis muñecas, pintura agua y tinta, pinceles y algunas miradas observadoras, esta vez familiares... De nuevo la saudade. Manos a la obra, espero mañana poder mostraros el resultado...

Día 39: Pelouro

Amanece en Porriño, y tras mi primera noche en una auténtica cama en un mes me cuesta un buen rato el despegarme del edredón.
Por la ventana de piedra intuyo un clima gallego, cielo grisáceo lloviznante, me asomo a la ventana y el verde lo invade todo, las rocas de granito cubiertas de musgo, verde, verde gris y negro, la luz ya no es blanca como la lisboeta sino que simplemente se intuye tras las nubes bajas.
Un café acaba de despertarme, y mientras Río, Galia y María revolotean por la casa antes de ir al colegio yo me acabo de vestir.
Decido ir con mi padre hasta Vigo para comprar algunos lienzos, aprovechare los días Gallegos para pintar algo más, mientras espero a que se prepare para marchar juego un rato con Pedrito el perro, como dice Isabel, un auténtico miura, pura energía , ¿qué debe hacer Pua?

En escasos 20 minutos ya hemos salido de Porriño y al horizonte se divisan las islas Cíes, duramente castigadas con el desastre del Prestige, me cuenta mi padre que aún hoy en día dentro de la Xunta hay algún que otro mamarracho involucrado en este tema que sigue ejerciendo su 'noble' oficio de político. Sinvergüenzas.

Llegamos a Vigo, y salvando las distancias, también tiene cierto halo decadente que la enlaza con Lisboa, aún no me quito esa ciudad, miles de imágenes me llegan sin poder controlarlo. Localizamos la tienda de material, compramos un par de lienzos, visitamos el MARCO, museo de arte contemporáneo y antigua cárcel de Vigo y de vuelta a O Corzón. Comemos rápido y Xavi, mi padre, se marcha al trabajo.

Esta tarde tengo un planing familiar social bastante completo, es la fiesta de fin de trimestre en el colegio de mis hermanos, no es un colegio al uso, es un 'colegio de autor'; cada mañana los niños y niñas, de manera individual deciden lo que quieren aprender y lo discuten en una asamblea, el colegio es una gran casa rural, envuelta por una frondosa naturaleza, sólo rota por los coloridos bancos, triciclos y toboganes, es una tierra prometida, se respira libertad. Más tarde acompañare a Isabel a una pequeña iglesia, donde cantará junto a un coro.

Al llegar al Pelouro, la escuela, parece que este entrando en otro pequeño mundo hecho a escala, algo así como el colegio de Harry Potter a la gallega. Teresa, la directora, nos da la bienvenida y nos acompaña hasta un pequeño teatro de madera, donde un pianista apostado en una esquina interpreta un ligero hilo musical, la platea esta compuesta por un centenar de sillas, cada una distinta a la otra; azules, rojas, de madera, con esparto...

Un pequeño escenario de levanta a tres palmos del suelo y dos pequeños niños sujetan unas cortinas a modo de telón. Desde qué me siento hasta levantarme presencio un espectáculo navideño muy poco convencional, cargado de mensajes de fraternidad, respeto, alternatividad y frescura, es emocionante. Pelouro, que buen proyecto, un colegio sin aulas.

Al acabar la función ejerzo de hermano mayor y acompaño a Río, Galia y María a una pequeña cancha de fútbol del pueblo vecino, tenemos que hacer tiempo hasta la hora de la actuación de Isabel, allí juegan con sus amigos mientras tomo un café, por cierto, que malo el café de España.

Acompaño a Isabel a cantar, sobrecogedor el canto medieval en una pequeña iglesia de pueblo. A los pies de un viejo cruceiro reflexiono un rato, mientras una fina lluvia me va mojando, Galicia, que lugar.

Termino el día tomando una cerveza, la primera, al lado de la chimenea, junto a mi padre, y de como la piedra se vuelve cálida... Boas noites.